Estos
cambios no se dieron aislados sino como parte de una serie de modificaciones
estructurales del funcionamiento del cuerpo de aquellos homínidos. La pérdida
de un ciclo de celo y la obtención de una sexualidad continua, implicaron
cambios en otras partes del cuerpo, así como en múltiples aspectos de la
conducta. Una de las características más notables y que heredamos de aquellos
antepasados, nosotros los seres humanos, es la ostentación de atributos
sexuales en forma permanente. En la mayor parte de los mamíferos que poseen
celo, durante ese período, ciertas partes del cuerpo como las mamas o los
genitales se inflaman, para dar una señal inequívoca de la disponibilidad
sexual y reproductiva. Al perder el celo y adquirir la sexualidad continua, el
cuerpo de las hembras homínidas también se transformó. Las mamas se inflamaron
en forma permanente y las caderas aumentaron de tamaño. Esto último tuvo una
vinculación directa también con el hecho de ser bípedos y de la necesidad de
crear espacio para la cría en gestación. Pero también sucedió que crecieron las
nalgas, como receptáculos de grasa, adoptando la forma que hoy conocemos. Las
manifestaciones físicas de la sexualidad quedaron expuestas y ya no hubo vuelta
atrás. Tanto físicamente como en apariencia se rompió con el esquema de un celo
con frecuencia anual y a partir de allí, en cualquier momento del año, era
posible practicar el sexo.

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